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martes, 23 de abril de 2013

WONDER O LA LECCIÓN DE AUGUST



Por Javier Coria

“August Pullman tiene diez años y nunca hasta ahora ha ido a la escuela. Nació con una deformidad facial severa y ha pasado por muchas operaciones; prácticamente no sale de casa y si su madre ha sido la responsable de su educación. Él es un chico normal y corriente, por eso sus padres deciden que ha llegado el momento de que vaya a la escuela. August sabe bien que no todo el mundo es capaz de ver más allá de su cara y, en este primer año de escuela, le tocará convencer a sus compañeros de clase que no tienen por qué tratarle como si fuera especial. En ocasiones, deberá incluso convencerse a sí mismo. Mediante un sentido del humor rebosante de autenticidad y a través de los ojos (y las voces) de los distintos protagonistas, R. J. Palacio explora la naturaleza de la amistad, la tenacidad, el miedo y la percepción de uno mismo y de los otros”.

Wonder es su título original, como el de la versión en catalán de Edicions La Campana, la versión en castellano está editada por Nube de Tinta con el título La lección de August. Es una novela divertida y emocionante, sentimental sin llegar al sentimentalismo, y dulce, sin llegar al empacho (no puedo decir lo mismo de algunas reseñas que he leído por ahí, por cierto). La autora, R. J. Palacios es una diseñadora gráfica que vive en Nueva York y esta es su primera novela. Hay muchos personajes en la novela, quizá no muy bien definidos y cuyas transiciones no están marcadas, pero se suple con creces con el personaje de August:


“Sé que no soy un niño de diez años normal. Bueno, hago cosas normales: tomo helado, monto en bici, juego al béisbol, tengo una XBox… Supongo que esas cosas hacen que sea normal. Por dentro, yo me siento normal. Pero sé que los niños normales no hacen que otros niños normales se vayan corriendo y gritando de los columpios. Sé que la gente no se queda mirando a los niños normales en todas partes.

Si me encontrase una lámpara maravillosa y solo le pudiese pedir un deseo, le pediría tener una cara normal en la que no se fijase nadie. Pediría poder ir por la calle sin que la gente apartase la mirada al verme. Creo que la única razón por la que no soy normal es porque nadie me ve como alguien normal.

Pero ya estoy más o menos acostumbrado a mi cara. Sé fingir que no veo las caras que pone la gente. A todos se nos da bastante bien: a mí, a mamá, a papá, a Via. No, eso no es verdad: a Via no se le da nada bien. Puede llegar a enfadarse mucho si alguien hace alguna grosería. Como una vez que, en los columpios, unos chicos mayores se pusieron a hacer unos ruidos raros. Ni siquiera sé qué ruidos eran, porque no los oí, pero Via sí, y se puso a gritarles. Así es ella. Yo no soy así.

Via no me ve como alguien normal. Eva dice que sí, pero si fuera normal no me protegería tanto. Mis padres tampoco me ven como alguien normal. Para ellos soy alguien extraordinario. Creo que yo soy la única persona en el mundo que se da cuenta de lo normal que soy.

Por cierto, me llamo August. No voy a describir cómo es mi cara. No sé cómo os la estaréis imaginado, pero seguro que es mucho peor.”

Así arranca la novela.

¡Ah! La filosofía “blandita” a lo Elsa Punset y las baratijas suedoiniciáticas y la espiritualidad ramplona que nos dice lo que queremos oír, a lo Paulo Coelho están haciendo mucho daño, no es el caso de esta novela, porque tiene humor e ironía, pero yo me pregunto: ¿Estaré volviéndome blandito?


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