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lunes, 14 de marzo de 2011

BORIS VIAN


De La espuma de los días nos llega una necesaria y esperada reedición en Alianza Editorial. Si tienen oportunidad, no se la pierdan, ya sea en edición nueva o antigua. Les dejo con una parte del comienzo de la novela y espero que no les broten nenúfares en ninguna parte del cuerpo.

Capitulo I

Colin estaba terminando de asearse. Al salir del baño, se había envuelto en una amplia toalla de rizo, dejando sólo al descubierto las piernas y el torso. Cogió el pulverizador del estante de cristal y roció sus cabellos claros con fluida y perfumada esencia. El peine de ámbar dividió la sedosa masa en largas estrías rubias, de un leve matiz anaranjado, semejantes a los surcos que hubiera podido trazar con el tenedor en la mermelada de albaricoque alguien que jugara a ser labrador. Colin dejó el peine y, armándose del cortaúñas, recortó en bisel los extremos de sus párpados mates para impregnar de misterio su mirada. Tenía que hacerlo a menudo porque le volvían a crecer con rapidez. Encendió la lamparita del espejo de aumento y se acercó para cerciorarse del estado de su cutis. Algunas espinillas brotaban junto a las aletas de la nariz. Viéndose tan feas en el espejo de aumento, se ocultaron con presteza bajo la piel y, satisfecho, Colin apagó la lámpara. Se quitó la toalla que le ceñía la cintura y se pasó una puntita entre los dedos de los pies para absorber los últimos restos de humedad. En el espejo, se podía ver a quién se parecía: al rubio que representaba el papel de Slim en la película Hollywood Canteen. Tenía la cabeza redonda, las orejas pequeñas, la nariz recta, la tez dorada. Sonreía a menudo con una sonrisa de niño pequeño, lo que, por fuerza, había acabado por hacerle un hoyito en la barbilla. Era bastante alto, delgado, de piernas largas, y muy simpático. El nombre de Colin le iba bastante bien. Hablaba con dulzura a las muchachas y alegremente a los muchachos. Casi siempre estaba de buen humor; el resto del tiempo, dormía.


Dejó vaciarse la bañera practicando un agujero en el fondo. El suelo del cuarto de baño, de baldosas de gres cerámico color amarillo claro, hacía una suave pendiente que orientaba el agua hacia un orificio situado exactamente sobre la mesa de despacho del inquilino que habitaba el piso de abajo. Éste, hacía poco tiempo, y sin advertir a Colin, había cambiado la mesa de sitio. Ahora, el agua caía sobre la despensa.

Deslizó los pies en unas sandalias de piel de murciélago y se puso un elegante atuendo de estar en casa: pantalón de pana del color verde del agua muy profunda y chaqueta de calamaco color avellana. Puso la toalla a secar en la percha, colocó la alfombrilla de baño en el borde de la bañera y la roció de sal gorda para eliminar toda el agua que tuviera. La alfombra comenzó a babear, formando racimos de burbujitas jabonosas.

Salió del cuarto de baño y se dirigió a la cocina a fin de inspeccionar los últimos preparativos para la cena; Chick, que vivía muy cerca, iba a ir a cenar, como hacía todos los lunes por la noche. No era más que sábado, pero Colin tenía ganas de verlo y de hacerle saborear el menú preparado con serena alegría por Nicolás, su nuevo cocinero. Chick, soltero como él, tenía también su misma edad, veintitrés años, y gustos literarios afines, pero menos dinero. Colin poseía una fortuna suficiente para vivir bien sin trabajar para nadie. En cambio, Chick tenía que acudir todas las semanas al ministerio para ver a su tío y pedirle dinero prestado, porque su profesión de ingeniero no le daba para vivir al nivel de los obreros que mandaba y resultaba difícil dar órdenes a personas mejor vestidas y mejor nutridas que uno. Colin le ayudaba cuanto podía, invitándole a cenar siempre que venía a mano, pero el orgullo de Chick le obligaba a andar con tacto y no demostrar, con favores demasiado frecuentes, que creía que le estaba ayudando…

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